domingo, 29 de agosto de 2010

Sosa el delantero resistido




- Sosa es un pelotudo!!!
Dijo con los ojos rojos y las venas hinchadas de bronca el DT. No había sido de lo peor en el partido, pero Sosa se llevaba todos los insultos de los hinchas. Cada vez que encaraba al marcador de punta y tiraba el centro muy pasado el rumor de la tribuna no era el mejor. Incluisve se llegó a escuchar que una de las chicas de la platea agradecía a Dios que no era su novio. Todo mal.
Aún asi el desarrollo del match no le favorecía en nada al equipo de Sosita, todos los rebotes le quedaban al rival, todos. Ni siquiera una que aconteció mientras moría el primer tiempo y el arquero rival salía a buscar un centro muy lejos de su órbita y deja boyando un balón cerquita de los pies de Sosa, que no pudo conectar con comodidad y la pelota sale mansita por al lado del poste izquierdo. El UHH!! fué instantáneo y al mismo tiempo sobrevino una oleada de insultos dónde el menor fué el de perro o muerto o quizás otros, dependa de quién los diga o de quién lo oyera.
Al término de la primera etapa, se dirigió cabizbajo hacía el descanso, necesitaba descansar de tanta presión desgastante sobre sus hombros y sus oidos llenos de insultos, su cabeza cargada de jugadas inconcretas y marradas, todo era desilusión. Daban ganas de quedarse en las duchas, de no salir al segundo tiempo, ni nunca.
Sin embargo el esperado "Sosa, vos quedate" del DT en el entretiempo nunca llegó. En ésos quince minutos eternos a Sosa lo carcomían los nervios, no soportaba más los insultos y no tenía fuerzas para seguir ni revertir la situación.
"Dolor por dolor", recordaba frases que lo salvaran del momento y ninguna caía perfecto, sólo "que Dios ayude" parecía apaciguar la conciencia o ésa parte de la tranquilidad que necesitaba Sosita para entrar nuevamente a la cancha.
Las imprecisiones continúan en la parte final del encuentro y Sosa no es la excepción, para colmo el equipo contrario se florea llegando en cuatro toques al área de gol. Sosa está a punto de llorar, se le nota en la cara, en el gesto, en la tribuna. Allí ve la señal del referí indicando que en dos minutos acabará su sufrimiento, su calvario, que al otro día deberá quedarse dentro de su casa, no salir, para evitar encontrarse con los fanáticos que son implacables en la crítica y en el insulto.
Cada vez que Sosita levantaba la cabeza y dirigía su mirada hacia las gradas del estadio, veía a la gente de pie, insultando al equipo y sobre todo a él, a él que tanto había hecho por el club, en fin, el fútbol es asi. Las reglas del juego.
El resultado, anecdótico para Sosa en ése momento, determinaba que el rival llevaba el marcador arriba por uno a cero, y que simplemente era superior en todos los aspectos del juego. "Psicológicamente" dirán los especialistas, ésos que no tienen ni idea de lo que es ser denostado, ofendido por tu propio público, ésos que como con la pelota no tienen habilidad, tratan de tener la habilidad con la lengua o la birome "de periodista que se muere por tocar" recordaba Sosa.
Toda ésa imagen en dos terribles minutos, parecían años. La realidad cachetea rápido, te vuelve en sí de un trompazo reparador y le devolvió a Sosita la audición y el movimiento de las cosas en tiempo real, lo vuelve con un pase en profundidad que le tira Giuliani entre los centrales rivales, que quedan atónitos y ven la espalda de Sosa encarando hacia el arco el número 9 se les hace cada vez más chico, o más grande, el griterío se hace insoportable y obviamente ya arrancan con insultos sobre la posible conclusión de la jugada. Sosita corre e intenta redimirse en esa carrera. Por lo menos llegar y apuntar al arco, ¡que vaya al arco Dios Mio! - Pensaba Sosa. En la interminable corrida vé por el rabillo del ojo que sale a cruzarlo el marcador de punta izquierdo tratando de relevar a los centrales esquivados por Sosa. Piensa: "Amago y encaro para adentro..." todo en milésimas de tiempo y sus piernas hacen lo que su corazón le pide, adiós al defensor rival que queda ridículamente desparramado. Queda el temeroso arquero al que se le nota en su rostro que tiene frente a si al mejor Sosa, al Sosa que quiere la gente, el que diera 13 goles en la temporada pasada y ubicara al club cerca de la gloria, muy cerca. El que firmaba autógrafos en la puerta de los colegios del barrio, ése que se veía venir este arquero que ya dándose por vencido antepone una actitud muy propia del guardavalla que presiente el peor final de una jugada de gol que es soñada y que nadie quiere ser el arquero de una jugada de gol soñada. Sosa analiza la postura del arquero y decide picarla sobre el cuerpo del golero regalado. Ya soñaba la tapa de las revistas. "Un golazo que no alcanzó pero golazo al fin" titularía la prensa del club. "Un Sosa auténtico" encabezarían los muchachos del diario local. La pelota inicia un viaje indeterminado que conduce a la gloria o al cadalso mismo, la tribuna enmudecida espera que flameé la red y que Sosa venga al alambrado a festejar con los hinchas y regalar su camiseta, casi soñado. Casi, porque la pelota pega en el travesaño y sale por arriba del arco cayendo mansita en las manos de un alcanzapelotas ubicado detrás del arco, que al alzar la vista y ver la Dantesca imagen decide taparse los oidos.

Nunca nadie escuchó en otro lugar del mundo el tamaño y la duración de las puteadas que aquella tarde se gritaron.

lunes, 9 de agosto de 2010

El Penal


Desde que el fútbol es fútbol que se instala el debate de cómo se debe patear un penal.
Esta discusión se dá en infinidad de lugares como: bares, iglesias, colas de bancos, paradas de colectivos, etc. o simplemente en el calor del hogar con nuestras respectivas esposas o novias que no tienen muchas ganas de seguirnos la corriente en cuestiones futbolísticas.
La verdad es que este penal se discutió mucho más de lo que en verdad se mereciere o peor aún: la envergadura del partido en el cuál sucedió, tiene muchos menos méritos para ser comentado que la misma pena. Pero que se habló, se habló. Y vaya que generó acaloradas discusiones.
Resulta que en una semifinal del Torneo Ciudad Chivilcoy organizado por la hermana de un compañero nuestro de la primaria, que ándaba con los Jóvenes Cristianos y que sé yo, se le dió por pedirnos que presentáramos un equipo para representar a nuestra ciudad.
Juntamos ocho de nuestras mejores figuras y nos embarcamos (nos tomamos colectivo, tren, colectivo) hacia la gloria.
Al llegar al complejo donde se disputaría el campeonato nos encegueció el verde césped que mostraba el campo de juego, acostumbrados a la tierra con pasto del campito de Lanús, éso nos parecía el Wembley, el Tano lo primero que hizo fué hacer la que hacen los jugadores profesionales cuando entran a la cancha: agacharse y rozar una mano contra el pasto para luego persignarse.
Cada uno a su manera y dentro de la obnubilación que entregaba la postal nos creimos un poco jugadores profesionales.
Pero asi como uno eleva su ego, ciertos detalles los bajan de un hondazo: al llegar a la zona de vestuarios (sii, vestuarios, mamita!!!) los demás equipos participantes lucían sus hermosas camisetas, cada equipo con un color distinto, pareciera que se habían puesto de acuerdo y sin embargo ni se conocían, todos con un número en la espalda como el Dios fútbol manda. Ése primer cachetazo nos alcanzó pero no nos desmoronó.
Sin dejarnos apabullar decretamos (y luego de rogarle a los organizadores que nos dejaran participar) que jugaríamos igual con las camisetas que teníamos, una de cada color. Para colmo ése día ninguno coincidimos en la indumentaría y terminamos quedando en la historia del torneo como el equipo "Multicolor".
En el primer partido nos fué bien, ganamos 2 a 1 con 2 goles del Negro Gastón y realmente nos empezamos a creer favoritos y hasta hacíamos cuentas de quién debía llevarse la copa a su casa y cuantos dias le correspondía a cada uno tenerla para no pelearnos.
En el segundo partido si bien estábamos muy preparados, el rival decidió retirarse antes, supuestamente una desgracia de un familiar nos dió esa mano vital para pasar a las semifinales del torneo.
Todo venía a pedir de nuestra ilusión que cada vez nos entusiasmábamos más, ya decidíamos que para la próxima íbamos a organizar una rifa de una canasta familiar para poder comprar las camisetas, era una verguenza tener que encarar nuestro primer campeonato con camisetas todas distintas.
Empieza la semifinal, el equipo contrario hacía llamarse Saint Garden´s School y eran unos pibitos muy finos y muy deportistas. Ya nos sorprendieron en la entrada en calor: cada dos pibes había una pelota profesional y hacían movimientos atléticos con la redonda como si fuesen máquinas preparadas para jugar un partido de fútbol. Nosotros peloteábamos con una de cuero con el escudo de River a la cuál le faltaban algunos gajos, posesión carísima del Gallego Leo.
En el arranque del partido la pasamos muy mal, nuestros defensores parecían espectadores de los delanteros contrarios, aunque no habían podido marcar, yo pude percatarme de que nos estaban cargando, inclusive uno de ellos eludió al Gordo Omar y con el arco vacío dió un pase atrás para otro compañero que intentó rematar de rabona. Cada vez que veía algo asi, me convencía más el tema de la cargada. Soportamos así todo el primer tiempo y la gran parte del segundo. Hasta que el tano en combinación con el Negro Gastón llega hasta el área chica de los schooles y es derribado por el arquero rival. El petiso que hacía de árbitro pita señalando un punto en el medio del área: Penal. Si señor y para nosotros.
En ése momento se armó un lio entre nosotros porque al Tano no había forma de convencerlo de que largue la pelota, el Negro Gastón pedía patear él porque la jugada y la falta habían sido generadas por él, hasta que en un gesto Salomónico el Negro negoció ocn el Tano:

- Vos pateálo, pero la copa queda en mi casa una semana más.

El Tano ni lerdo ni perezoso encaró hacía el punto que le mostraba el referí. Apoyo la pelota nuevísima en el círculo de cal y luego de moverla de un lado y para el otro se decidió a tomar carrera. Estábamos a un penal de la gloria, faltaba muy poco y con todo el quilombo que hicieron ellos con la sanción del penal y de nuestras discusiones por quién patearía, el petiso que hacía de árbitro sentenció que era el penal y se terminaba. Era el penal y luego nuestra primer final por una copa y todo. Un simple penal y ya teníamos asegurada una copa, nuestra primer copa. Orgullo del barrio, que ya habíamos comentado que bajaríamos del colectivo y mostraríamos como campeones, nuestro primer campeonato.

Creemos que el Tano pensó todo esto en ésa fracción de segundo, que se ilusionó más que nosotros, se lo notaba pálido, había corrido mucho, es cierto, pero transpiró más en estos breves minutos que en todo el partido. Creemos que pensó en Laurita y en sus ojos color miel mirando el lustre del trofeo en las manos del Tanito, que él definió la semifinal y nos dió nuestra primer copa, suponemos que todos estos pensamientos se le cruzaron por la cabeza en ése mismo instante. Creemos que cuando comenzó la carrera hacía la pelota ya venía mal barajado, casi como derrumbándose a cada paso y el temblor de piernas nos invadió a todos. Creemos que el Tano no soportó ver nuestra desilusión ni tampoco el desengaño de Laurita si no convertía y centímetros antes de llegar a la pelota cayó desmayado como por un rayo.
Sabido es que si la pelota es movida por el pateador, el penal es ejecutado teniendo la posibilidad los rivales de despejar si es que pueden o de los favorecidos con la pena de convertir.
Pasó lo peor, al ver el desmayo del Tano corrimos todos a socorrerlo, los Garden School corrieron pero a despejar la pelota que había quedado boyando cerca del Tano desvanecido.
El Gordo Omar ya había abandonado el arco y estaba intentando volver con cachetazos a la realidad al Tanito, el rechazo de los contrarios se metió mansita en nuestro arco decretando nuestra eliminación del torneo.
No pudimos tener nuestra primer copa ése día, pero mientras los contrarios festejaban una sonrisa se nos dibujó cuando el Tano despertó y dijo:

- Lo meti?, ganamos?

Al ver la escena de los pibes del School festejando y nosotros, todos, reunidos en ése punto de penal por nuestro amigo, esperando que vuelva a la realidad y reconociendo en la cara de mis amigos que la preocupación era por el Tano y no por el resultado del partido, tuve que mentirle si es que en realidad no le estaba diciendo la verdad:

- Si, Tano, ganamos.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Arranca una nueva ilusión.




Este domingo arranca un nuevo torneo en el cuál (como siempre) ponemos todas nuestras ilusiones sobre la mesa y deseamos que al Rojo le vaya excelentemente bien.
Es un sentimiento raro, porque uno cree irremediablemente y por convicción propia, de que este es EL campeonato Rojo, como lo era el anterior en la primera fecha, y el anterior y así, sucesivamente, todos los campeonatos que empezaron como un nuevo amor y terminaron en el más cruel de los desengaños.
El domingo Independiente pone en marcha el camión cargado de nuestros sueños en cancha de Velez. Ya de entrada una batalla durísima contra un equipo que de local es muy fuerte, no recuerdo un comienzo de campeonato con algún recién ascendido como para ir de a poco, pero este fixture que azarosamente misterioso se eleva por entre los hombres y proclama que Racing arranque con All Boys y Boca con Godoy Cruz (aunque Boca haya perdido la última vez que visitó a los Mendocinos) siempre se cree o uno se hace a la idea, de que arrancar con un clásico no es bueno. Y digo clásico porque deberíamos considerar a Velez como un clásico de los equipos grandes, se lo merece, pero rara vez debuto en campeonato con otro grande que no sea Independiente. Otro "Azaroso misterio" del Fixture de la AFA.
Igualmente las ilusiones de los hinchas son ciegas a éstas cuestiones de talla de escuadras, suponiendo siempre que nuestro equipo va a salir victorioso o por lo menos no va a perder.
Confío plenamente en el Dany Garnero y el equipo que ponga en la cancha, tenemos grandes jugadores que hace ya varios campeonatos que están juntos, por lo menos la base cumple este requisito y las incorporaciones tienen un nivel aceptable para este Independiente que busca de una vez por todas recuperarse de todo este advenimiento de los equipos de un sólo torneo y luego cambían 17 jugadores para ser otro equipo totalmente nuevo.
Suerte, Rojo, "daría toda mi vida por ser campeón".

domingo, 18 de julio de 2010

Fútbol y Música

Gracias Kun por las alegrías. Aunque exista Messi y las figuritas del mundial, yo te vi jugar en Avellaneda.

Gracias al tipo que hizo este video.

Gracias a la Bersuit, por existir.

viernes, 11 de junio de 2010

CUENTO: Independiente mi viejo y yo, de Eduardo Sacheri


“Mirá que esta noche es el partido”, me dijo él. Hizo bien porque uno, a los cinco años, no tiene una conciencia cabal de la periodización del tiempo. Como mucho distingue el sábado y el domingo, porque esos días no hay que ir al jardín, y papá se queda en casa a jugar con uno. Pero con los otros días y las otras noches, la cosa se complica. Por eso sin la advertencia de papá, hecha con el beso de recién llegado del atardecer, yo habría pasado por alto la infinita importancia de esa noche.Los preparativos fueron los de siempre. Mientras él encendía el Stromberg-Carlson con suficiente antelación para darle tiempo a las válvulas, yo le pedí a mamá la ropa apropiada para el evento. Primero se negó a lo del pantaloncito corto, aduciendo que era invierno y que hacía mucho frío. Yo argüí hasta el cansancio que los jugadores juegan con pantalones cortos, y al aire libre. Una salomónica intervención de papá desempantanó por fin el pleito: con pantalón corto, pero sentado cerca de la estufa de kerosene del comedor. Después me puse la camiseta roja con el cuellito blanco, con el once de cuero cosido en la espalda, igualito que Daniel Bertoni. Papá, mientras tanto, iba trayendo la colección de trapos rojos que colgábamos a modo de banderas. Había pañuelos, una frazada, un pulóver, un par de camisas chillonas. La lámpara de pie, el timón de barco que adornaba la pared, varias de las sillas, todos terminaron ocultos en nuestro rito ornamental y futbolero. Cuando llegué, rigurosamente ataviado con los colores reglamentarios, me llené los ojos de banderas rojas. Lo único que nos faltaba era el viento para que flamearan, como en la cancha.Papá se negaba, pese a mis acaloradas argumentaciones, a vestir también el atuendo correspondiente. Nada de camiseta. Y mucho menos de pantalones cortos. A mi me parecía un desperdicio, con tanto trapo rojo disponible y tan a mano. Pero él prefería verlo con su bata de siempre, calzado con sus chinelas ruidosas, con el paquete de Kent y el cenicero, pobrecito, para fumarse los nervios uno por uno.Mientras daban las últimas propagandas, y antes del aviso de “minuto cero del primer tiempo, es tiempo para una ginebra Bols” (o cosa por el estilo) que marcaba la hora señalada, papá se sintió en la obligación de preservarme de desilusiones demasiado abruptas. Me miró como me miraba siempre que tenía algo importante que decirme, con una mezcla de solemnidad y de ternura, con un bosquejo de sonrisa iluminándole los ojos. “Mirá, tipito –empezó, porque él me llamaba de esa manera cuando teníamos que aclarar cosas importantes-, que la cosa viene difícil.” Y volvió a enumerarme todas las dificultades que nos esperaban en esa noche de invierno. Que ellos habían ganado en Brasil, que nos habían pegado un peludo bárbaro, que no sólo teníamos que ganar, sino que debíamos hacerlo por no se qué diferencia de gol. Pero para mi sus argumentos sonaban confusos. ¿Acaso él mismo no me había dicho que Independiente era el rey de copas, que la copa, la copa se mira y no se toca, que los brasileños nos tenían un miedo descomunal, y que en Avellaneda y de noche se morían de frío, y no podían ni levantar las patas del paso? El trató de convencerme de que, pese a la absoluta veracidad de lo dicho en otras ocasiones, esta noche las cosas iban a ser muy difíciles y peliagudas.De todos modos, nos entonamos cantando un par de veces el “si, si señores, yo soy del Rojo”, y algún otro estribillo para ir matando el tiempo. Cuando finalmente se acabaron las propagandas, papá encendió la radio Phillips, con su estuche de cuero, que debía ser la primera portátil de Sudamérica (y la teníamos en casa). Le bajó el volumen a la tele: ambos sabíamos que los relatores de radio son mejores que los otros. Cada uno ocupó su sitio de siempre. El en la cabecera de la mesa, y yo sobre el arcón de mirar la tele. Acercó la estufa de kerosene de ese lado para cumplir lo pactado en cuanto a temperatura corporal con la madre del win izquierdo en el bolsillo.Pero la carne es débil. No importa cuánta preocupación ocupe nuestro pensamiento, ni cuánta angustia agobie nuestro espíritu. Uno siempre termina teniendo hambre, o teniendo sueño, y sucumbiendo a esas necesidades poco altruistas. Empecé a cabecear apenas empezado ese partido inolvidable. Mamá me dijo varias veces que me fuera a la cama. Pero yo seguía ahí, impertérrito, sentado en el arcón, con las patas colgando y pateando en el aire como si estuviese en plena cancha en los escasos momentos de lucidez que tenía en medio de mi mar de sueño.Papá esperó un rato y después me dijo que e fuera, que me quedara tranquilo. Yo protesté que de ninguna manera, que teníamos que seguir ahí los dos, haciendo fuerza con los cantitos y las banderas. El me dijo con aire confiado que no hacía falta, que igual sin mí íbamos a salir campeones, que me quedara tranquilo, que los teníamos de hijos. Ante semejante desparramo de confianza le hice caso y me dormí.A la mañana siguiente mamá me despertó para ir al jardín. Embotado de sueño me dejé vestir, abrigar y conducir a la cocina a tomar la leche. Después ella me sentó en el sillón del living para atarme los cordones, como hacía siempre mientras esperábamos que pasara el micro. Apenas me despabilé un poco recordé la noche de la víspera, y me desesperé preguntándole el resultado del partido. A la luz del día, y después de un sueño reparador, mi deserción de la noche me parecía imperdonable. Ella me miró y dijo no saberlo. Le pregunté por papá, y respondió que aún no se había levantado.Han pasado veinticinco años, pero aunque pasen sesenta voy a recordarlo como si hubiese sucedido hoy. La casa estaba iluminada por uno de esos soles oblicuos y tibios del invierno. Yo tenía el guardapolvo cuadrillé lila y blanco, y la bolsita en el regazo, bien agarrada a la diestra, para no olvidármela (otras veces me había pasado, y me había quedado sin el Jorgito de dulce de leche y sin la taza de plástico para el mate cocido; así que ahora la cuidaba más que a mi vida). De repente oí abrirse la puerta del dormitorio. Y enseguida escuché el clásico arrastrar de las chinelas en el parquet del pasillo. El corazón me dio un vuelco. Lo llamé a los gritos. Entró a las carcajadas, preguntándome el motivo de mi ansiedad. Yo lo interrogué por el resultado, ya totalmente despierto, ya absolutamente pendiente de lo que dijeran sus labios, ya indiferente a mamá terminando de atarme los cordones.El se acercó, se inclinó, me dio un beso de buenos días, y se me quedó mirando con expresión jubilosa. Recién cuando volví a preguntarle me dijo que sí, que claro, que habíamos salido campeones de nuevo, y que no me olvidara en el jardín de decirle a todo el mundo que Independiente había vuelto a salir campeón de América. Yo, aún en medio de mi alegría, me hice el tiempo de preguntarle cómo habíamos hecho, si él me había dicho que era muy difícil, que en Brasil nos habían dado un baile bárbaro, que teníamos que hacerles como tres goles, que en el campeonato de acá andábamos como la mona. El me miró risueño, y sembró una semilla más en el fértil potrero de mis sueños de pibe.“Pero, tipito –empezó, como enunciando una verdad ya reiterada hasta el cansancio-, ¿no te dije que los brasileños ven la camiseta del Rojo y se asustan tanto que no pueden ni mover las patas? ¿No te dije que, con el frío, se quieren volver a su casa a comer bananas para entrar en calor? Por eso te dejé dormir. Porque era tan fácil que nos las rebuscamos sin tu aliento.” Y en medio de mi maravilla impávida, terminó: “Menos mal que te dormiste. Imagináte si te quedás despierto y gritás conmigo: les hacemos veinte goles y no quieren venir a jugar nunca más, y nos quedamos sin nadie a quien ganarle la copa”. Después me levantó en brazos y cantamos “la copa, la copa, se mira y no se toda”, y dimos la vuelta olímpica a los saltos, por toda la casa. Vino el micro y me fui al jardín de infantes.Supongo que ésos son los recuerdos que se le meten a uno en los recovecos del corazón, y echan cría y se nutren de su propio néctar, y nos marcan para toda la vida. Por lo menos así ocurrió conmigo. Y no me avergüenza reconocer que ahora, ya grande, cuando tengo un problema que me agobia, o cuando me toda sufrir por radio y por televisión un partido de Independiente y me como los codos por la ansiedad y la angustia (la vida me enseñó lo inconveniente que puede resultar fumarse los nervios), siento un impulso difícil de dominar, una tentación casi irresistible que me invita a irme a dormir, a abrigarme en la certeza de que mientras yo sueño, mi papá e Independiente, como duendes laboriosos, van a arreglarme el mundo para que yo lo encuentre refulgente en la mañana.Y queda en mí el mandato inexorable que dictan las fidelidades eternas. Cuando Independiente gana un campeonato –al fin y al cabo, Dios y sus milagros evidentemente existen- lo primero que hago, en la cancha o en mi casa, es levantar los brazos y los ojos hacia el cielo, abrazándolo a mi viejo a través de todos los rigores del destino, y por encima de todas las traiciones de la muerte. Lo que pasa es que tratándose del Rojo, de mi viejo y de mí, hay veces que la muerte es una señora que nos tiene un miedo bárbaro. Una vieja podrida a la que, de locales en Avellaneda, le tiramos la camiseta y podemos, de vez en cuando, llenarle la canasta.Todavía me acuerdo de ese número once de cuero blanco, cosido en la camiseta como el de Bertoni. Pero ahora también veo, cuando me fijo con suficiente atención, que mi viejo también lleva lo suyo. Lo tiene ahí, en la espalda, justo a la altura del nacimiento de las alas: un diez de cuero blanco, igualito igualito al de Bochini.”

Me permito la insolencia de dedicarlo a mi viejo hincha de Boca pero que me enseño las palabras ELEGIR y LIBERTAD entre otras como AMISTAD, BARRIO y MAÑA.

Rojo de mi vida






Buenos dias. Esto es SoloTodoRojo para hinchas del rojo y amantes de los cuentos de fútbol.


No, gracia a vó.